El «cuidado de sí» en Foucault
Pues bien, Alcibíades, sea fácil o no, la situación sigue siendo
la siguiente: conociéndonos, también podremos conocer
con más facilidad la forma de cuidar de nosotros mismos,
mientras que si no nos conocemos no podríamos hacerlo. (Alcibíades, 129a).
Foucault llega al «cuidado de sí» principalmente desde la lectura de la Apología y el Alcibíades, pues es en estos diálogos platónicos en los que encuentra los elementos para cuestionar la manera en que Occidente pretende llegar a la verdad desde la modernidad, caracterizada por desvincular el plano del conocimiento y el de la espiritualidad, concebida esta última como la exigencia del individuo por transformarse a sí mismo mediante una serie de prácticas intencionadas.
Se denominará espiritualidad, entonces, el conjunto de esas
búsquedas, prácticas y experiencias que pueden ser las purificaciones,
las ascesis, las renuncias, las conversiones de la mirada, las
modificaciones de la existencia, etcétera, que constituyen, no para
el conocimiento sino para el sujeto, para el ser mismo del sujeto, el
precio a pagar por tener acceso a la verdad (Foucault, 2005, p. 30).
En la hermenéutica del sujeto, Foucault (2005) afirma que dicha forma de pedagogía había marcado el espacio de tiempo que va entre la Antigüedad y el mundo cristiano, por lo menos hasta que Aristóteles hizo ingreso en la escena por medio de Santo Tomás, ya que es a partir de la teología que este binomio entre espiritualidad y saber se rompe. La exigencia de conocer a Dios como máxima, traslada el conocimiento del hombre concreto hacia algo exterior a él, asunto no presente en San Agustín y por el
cual se puede rastrear la dislocación a partir de Santo Tomás..
En Descartes se consolidará el divorcio entre verdad y espiritualidad iniciado por la teología. Para Foucault, el cogito ubicó el «conócete a timismo» como autoconocimiento de la existencia, alejándose en definitiva de la concepción socrática de autotransformación como requisito para saber. Desde entonces, lo que permitirá tener acceso a la verdad será el conocimiento mismo y no la transformación del ser del sujeto.
El autor francés hallará que el requisito délfico de conocerse a sí mismo (gnothi seautun), que opera sólo como consejo para el momento de consultar a Apolo, es la punta del iceberg de una cuestión más profunda y radical, «la inquietud de sí» (epimeleia heautou), ya que este opera sólo como consejo para el momento de consultar a Apolo. En auxilio de esta inferencia, recurre a Defradas, para el cual el gnothi seautun no es en absoluto un principio de autoconocimiento» (p. 17), y a Roscher, quien lo considera una especie de regla, de «recomendación ritual relacionada con el acto mismo de la consulta» (p. 16) a los que se acercaban al oráculo.
Foucault reivindica la inquietud de sí escudriñando en el Alcibíades, en el que encuentra que nace la preocupación por el sí mismo en el punto más álgido de la vida del muchacho ateniense, después de su paso de la tutela del maestro a la vida pública, cuando aspira a participar en el gobierno de la ciudad.
…dice Sócrates a Alcibíades, hay que hacer una comparación:
quieres entrar en la vida política, quieres tomar en tus manos el
destino de la ciudad; no posees la misma riqueza de tus rivales y,
sobre todo, no tienes la misma educación. Es preciso que reflexiones
un poquito sobre ti mismo, que te conozcas a ti mismo (Foucault,
2005, p. 47).
Para Foucault, «la inquietud de sí» sufre en la Antigüedad una serie de mutaciones, desde la Apología de Platón, en la que se encuentra como una función general (Sócrates enviado por los dioses para que los atenienses cuiden de sí mismos), hasta el helenismo, periodo durante el cual los epicúreos y estoicos la observan como una obligación de los individuos. En el intermedio está el Alcibíades, en el que la inquietud de sí «se inscribe no sólo dentro de un proyecto político, sino dentro del déficit pedagógico» (p. 49), que al reconocerse brinda el horizonte a seguir, pues tal ignorancia hace que la mirada se dirija hacia el conocimiento de sí. Para Foucault, el Alcibíades no es la cumbre, sino la introducción de la inquietud de sí, ya que es en este diálogo donde Platón presenta la teoría acabada.
Andrés Santiago Beltrán Castellanos
Mirla Beltrán Castellanos
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